Leona

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Separada, con hijos, y otras rupturas cotidianas.
La historia intimísima de Laura, una actriz que tuvo un éxito televisivo diez años atrás, en un personaje “Leona” y que habla con su personaje “Leona” (una madre–presa), mientras le hace frente a la crisis de su vida: está llegando a los 40, por segunda vez separada, recién mudada, con dos hijas pre-adolescentes, recién diagnosticada con un síndrome genético y olvidada en el mundo actoral, intenta volver a trabajar. ¿Cómo, con quién y para qué rearmará su vida? ¿Podrá des-enredar su historia y la de su personaje?
El llamado de la madurez tiene multiplicidad de sentidos para explorar y exige retomar duelos truncos y hacerse cargo de ellos. Laura está confundida entre su presente, su pasado y su futuro. Es una mujer tragicómica, en una búsqueda incesante de llenar sus espacios vacíos. Estas hojas son el reflejo de sus días llanos y también de sus días complejos. Es una mujer común, abatida, podrida, que intenta hacerse cargo de su niña interna, mientras se deconstruye en una etapa de crisis.
Un pasaje por la maternidad, la labor de la mujer, el amor, la enfermedad, la fama y la situación de las mujeres excluidas.

Fragmentos

Albertina me aseguró que mi nana puede cuidarme mejor que ella, antes, ahora y siempre. Y por un tiempo le he creído. Ya no. Nadie puede reemplazar a una madre, por eso estoy aquí, con la espalda deshecha y las cajas sin abrir

No me molesta que me toquetee, me molesta que lo haga ahora mucho más que hace unos años, cuando hubiese sido un remedio para nuestra violencia cotidiana. La soledad me acompaña desde mucho antes de separarnos, casi desde que nos conocimos.

Las peleas me mantuvieron entretenida u ocupada, mientras el vacío interno no aullaba, no se achicaba, tampoco se expandía. Juano fue, durante un tiempo, mi lugar en el mundo…mucho después nos conocimos, después del nacimiento de Jacinta.

Mi madre cree que un alfajor es comida, porque su madre le ha dicho que al menos tiene leche. Ella mira a los ojos a cada pobre, mugriento y niño que se le cruza. Eso mis hijas lo aprendieron con desenfado: quedarse allí, en esos lugares donde nadie elige quedarse, como la prisión.

Misteriosa capacidad esa llamar las cosas por su nombre. Sigo amando a todos los seres que alguna vez quise. No puedo arrepentirme de ningún amor ni de ninguna herida. Pero claro, sería mucho mejor que el otro tenga la generosidad de darte una patada en el culo cuando las cosas no van. Pero no, ellos se empeñan en no poder llamar las cosas por su nombre.

Hay algo que no supe, ni de Manu ni de Juano, hasta que me separé. Algo grandioso: son unos hermosos padres. Tomar distancia me dio panorama para verlos jugar, llevarse y traerse hasta la puerta de casa, cansados, despeinados, entusiasmados. Sobretodo despeinados.

El cuerpo del hombre amado es un canción cuna, un arrorró que se hace con el abrazo, una opción de destino, o mejor dicho: un lugar desde donde resistir. No conocí el niño que cada uno de ellos fueron, pero a ese niño, lo hubiese amado con locura. Lo hubiese vuelto loco de besos.

¿Quién se entrega sin ascos a cuidar el cuerpo enfermo de un viejo? ¿Quién lo hace sin sacrificio? Tal vez aquellos que han tenido una formación corporal trascendental, los que han sentido con el cuerpo. Tal vez los más humildes, y no sólo porque están mal pagos, sino por su historia, donde el intelecto es un cuento y el cuerpo puro presente.